Las Ecoaldeas y Comunidades Intencionales.
Aunque la palabra “ecoaldea” parezca relativamente reciente,
una de las originarias manifestaciones de esta tendencia social y moderna de
volver a una vida más integrada en la naturaleza fueron los
llamados “kibbutz”
(experimentos de vida comunitaria que surgieron en el estado de Israel, allá
por los años 50 ) y las comunas “hyppies” de los años 60. La definición de las
ecoaldeas podría ser la de asentamientos humanos que buscan el equilibrio entre
sus habitantes, y entre sus habitantes y el medio en el que se enclavan, con el
objetivo común de intentar prosperar y autogestionar sus propias necesidades
sin tener que depender de las metrópolis.
Claro está que, hasta hace dos siglos, esta definición
podría referirse a casi todos los municipios de pequeño o mediano tamaño que
jalonaban el planeta. Y es que no fue hasta el inicio de la era industrial
cuando, con la aparición de las primeras urbes modernas, se procedió al gradual
abandono de aquellas prácticas saludables y sustentables (el consumo de productos locales,
sobretodo) que habían preservado los poblados originarios; fue entonces que los
asentamientos urbanos perdieron el sentido de la escala y del equilibrio,
cayendo en ese hipnótico trance
tan bien popularizado bajo el lema
“Consume hasta morir”, hasta el
punto de que es común y público hoy en día el referirse a las ciudades como al
cáncer cuya avidez está devorando al planeta.
En la actualidad, la mayoría de poblaciones del occidente
supra desarrollado, incluso las que se asientan sobre entornos rurales,
difícilmente podrían sobrevivir ya desconectadas del resto del mundo, puesto
que sus necesidades alimentarias, tecnológicas, energéticas y hasta culturales
proceden básicamente del exterior – a menudo de emplazamientos situados incluso
a miles de kilómetros de distancia. El mismo derrotero han sufrido la gestión
de los recursos locales y de las decisiones que nos afectan a pie de calle,
regidas por políticas y políticos cuyas decisiones se toman también desde
lugares remotos. Además y paradójicamente, se podría asegurar que las
principales razones que propiciaron en su día el auge de las ciudades (seguridad,
salud y trabajo) son las que ahora están
empezando a despoblarlas de algunos de sus vecinos. En efecto, ya hay pruebas
científicas –por si se necesitaban- que relacionan el hecho de vivir en una
gran urbe con un descenso en la esperanza de vida; por otra parte, la
inseguridad y criminalidad urbana es notoria y alcanza hasta las escuelas; en cuanto al trabajo, ya nadie te lo
asegura en ningún lado como no te pongas tú manos a la obra…
Las ecoaldeas pueden ser también llamadas comunidades intencionales puesto que, además de buscar un equilibrio y
sostenibilidad con el medioambiente y el ecosistema local, una cierta visión
del mundo -o un
objetivo- común y explícita es
necesaria; ante cualquier crisis que se presente: esa “visión”, ese “sueño”
compartido será el pegamento que mantendrá unidos a sus moradores. Asimismo, y
a diferencia de las antiguas poblaciones tradicionales citadas al principio,
éstas nuevas comunidades
introducen la toma de decisiones asamblearia, por lo que todas y cada
una de las personas que las componen se siente partícipes en la gestión y el
diseño de cómo quieren vivir. Todos son responsables y ese es uno de los rasgos más
importantes a la hora de alcanzar cierta resiliencia, término de moda que significa y
mide la capacidad de una comunidad -o proyecto o sistema- de perdurar en el
tiempo, de sobrevivir a pesar de los cambios y dificultades que se vayan
presentando en su desarrollo.
El movimiento ecoaldeano tiene activa presencia en todos los
continentes, y no solo en entorno rurales: los ecobarrios hace tiempo que han
hecho su entrada para formar comunidades y fortalecer el tejido social en el
corazón de las propias ciudades y pueblos. El diseño de ciudades y pueblos “en
transición”, nacido en Totnes, Inglaterra, que promueve prácticas sostenibles a
través de la participación ciudadana, ha sido adoptado por municipios de todo
el mundo. O el movimiento que aboga por la deconstrucción, con fuerte presencia
en Francia, sin ir más lejos, son ejemplos de que la sociedad está necesitada
de nuevos modelos alejados del neoliberalismo y del capitalismo salvaje que
impera en casi todos los estados occidentales. En Europa, algunas comunidades
(como por ejemplo Damanhur en Italia, Firnhorn en Gran Bretaña, Siebenlinden o
ZEGG, en Alemania, y Tamera o Lakabe, en la península ibérica, entre otras) se
han convertido en agentes importantes de un cambio de orientación de políticas locales a gran escala, creando
incluso sus propias Universidades o modelos de gestión agroalimentarios
innovadores.
De hecho, muchas de las herramientas con las que contamos
hoy en día para progresar hacia un estilo de vida sostenible deben su aparición
a las ecoaldeas, verdaderos laboratorios en los que se pretenden gestar nuevos
modelos de sociedad. La búsqueda de la producción autónoma de sus necesidades
energéticas llevó a dichas comunidades a interesarse por las energías verdes y
auto gestionables, y ya vemos que hoy son materia común; el reciclaje actual es
una mala copia de la política que se mantiene al respecto en muchas ecoaldeas;
el auge comercial de los alimentos integrales, la cosmética natural, la
recuperación de las hierbas medicinales, la producción de jabones naturales, la
bioconstrucción y arquitectura bioclimatica, las herramientas de facilitación y
mediación o de gestión emocional de grupos, la apuesta por otro tipo de
escolaridad…. Todas ellas han sido trabajadas y experimentadas en comunidades
intencionales.
La red mundial de ecoaldeas tiene en el GEN (Global
Ecovillages Network) a su representante
Europeo. Con el objetivo de intentar sentar las bases de políticas o usos
comunes, desde la GAIA Education
(que podría considerarse como el ámbito formativo ligado a los postulados
de la GEN) se han diseñado
manuales y pautas que serían ideales para contribuir a la resiliencia de estas
o de futuras comunidades. Básicamente el diseño hacia la sostenibilidad de
cualquier sociedad (según este programa) se asienta sobre 4 dimensiones:
- La dimensión ecológica, que engloba lo necesario para alcanzar cierto
grado de equilibrio medioambiental, como podría ser la bioconstrucción o
el diseño de hábitat de alta eficiencia energética, el uso y producción de
energías renovables, la gestión racional del agua, el diseño de
Permacultura, el regreso a prácticas agrarias alejadas de pesticidas y
químicos, el cálculo de la huella ecológica y también de la huella
hídrica,…etc
- La dimensión social, o social-comunitaria, que abarca los estudios sobre
facilicación, las herramientas para la resolución de conflictos, los
modelos de toma de decisiones colectivos, los diseños de escuelas libres, la
salud integral y cuidado de uno mismo, el cooperativismo….
- La dimensión económica que promueve y ahonda en aspectos como el
comercio justo, las finanzas éticas, las monedas complementarias, la
eco-nomía verde -y ahora azul!
- La dimensión cultural llamada tanbién
Visión del mundo a la que me referí anteriormente y que se traduce en una espiritualidad
socialmente responsable, en el retorno a las celebraciones y a las fiestas
tradicionales del calendario cósmico como respuesta a sus sucedáneos
comerciales (días del padre, de la madre, de san Valentín, y tantos otros
promovidos por las grandes superficies….), la práctica de disciplinas que
nos reconectan con ciclos naturales (yoga, meditación, Tai Chi, …), al
trabajo sobre la transformación de la conciencia, al cambio de paradigma,
etc.
Este extenso programa además puede ser cursado como
postgrado en varios de los centros ecoaldeanos e incluso desde Universidades
(como es el caso en Cataluña de la UOC) que lo han incorporado a sus ofertas formativas.
Hay que subrayar que uno de los problemas más acuciantes a
los que se enfrenta un proyecto de convivencia (como a fin de cuentas es una
ecoaldea) es la gestión emocional de
las necesidades de sus miembros, a menudo a causa de enfrentamientos por la
transformación del espacio íntimo y decisorio personal. Lo comunitario no tiene
porqué coartar la vida plena de cada singularidad, pero sí que se opone al
individualismo y a la doctrina del gen egoísta reinante en el modelo de
sociedad occidental actual. El lema sigue siendo que juntos somos más fuertes
o, en este caso, más resilientes.
Otro de los frecuentes impedimentos puede ser la capacidad
de la comunidad de producir su propio “producto interior bruto” y de generar recursos económicos en y desde
la ecoaldea, para no tener que ir a trabajar a la ciudad y acabar transformada
en ecoaldea-dormitorio. Usualmente esto se consigue con el esfuerzo
determinante e imaginativo del grupo y mediante la venta de productos
integrales, ecológicos o biológicos –también llamados orgánicos en los países
anglosajones–, el comercio y venta de productos artesanales manufacturados o la
oferta de cursos de formación específica, entre otros. Aquí conviene
especificar que, aunque haya varios modelos de economías comunitarias, la diversidad
de diseños podría reducirse a tres:
- Economía individual (mi dinero es mío y pago algo por los servicios y bienes comunes)
- Economía comunitaria (todo es de todos, menos los enseres personales, claro)
- Economía mixta
(donde se combinan las dos anteriores)
Cada grupo escoge qué modelo seguir, según sus intereses y
posibilidades, y esa decisión marcará mucho el futuro desarrollo del proyecto.
La resiliencia de una comunidad, pues, tendrá que ver con la
integración de muchos de los aspectos citados pero sobretodo con la capacidad
creativa y determinante de alguno de sus integrantes. El liderazgo compartido,
el elderazgo (neologismo que define la guía que ofrece el grupo de élderes o
“mayores” de la comunidad), el trabajo mediante comisiones o el consenso, por
nombrar algunos, son algunos de los modelos con los que se trabaja normalmente
en algunas ecoaldeas.
En el continente latinoamericano es digno de mencionar el trabajo que desde
más de trece años viene ofreciendo la Caravana de la Paz, promoviendo y
apoyando la formación de ecoaldeas y nuevas comunidades, además de su
importante dimensión espiritual que persigue el empoderamiento y la puesta en
común de los representantes de todos los pueblos originarios. Precisamente la
segunda semana de Enero 2012 tendrá lugar el Primer Encuentro Iberoamericano de
Ecoaldeas (dentro del marco del “llamado de la Montaña 2012) en el sur de
Colombia en la ecoaldea Atlántida, donde se reunirán cientos de personas
llegados desde todos los países hispanohablantes para debatir y compartir
experiencias.
En
fin, para resumir diría que el movimiento ecoaldeano aporta mucha energía y
experiencia para alumbrar esa progresiva transformación que ha de sufrir
nuestro modelo de sociedad hasta alcanzar el aún distante equilibrio entre
calidad de vida y un planeta finito y exhausto. Otro mundo es posible, claro,
pero alguien tiene que ensuciarse las manos para ir abriendo el camino. Nadie
dijo que iba a ser fácil, y lo normal en este tipo de proyectos idealistas es
fracasar (¡un 90% de las
comunidades se hunden en los primeros meses!), pero lo que si es cierto es que el interés por alcanzar un estándar
de vida más frugal y natural se multiplica exponencialmente cada año de un lado
al otro del planeta, lo que evidencia que el movimiento está rabiosamente de
actualidad y que su proyección futura es positiva, por lo que vale la pena
seguir intentándolo y colaborar en su difusión.
Alfonso Flaquer
Coordinación Red Ibérica de Ecoaldeas y comunidades.
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