Letrinas? Vatéres secos? Los japonenses lo tienen claro.
Acabo de
volver del Japón, país que hacía tiempo que esperaba conocer. Hay muchas cosas
que podría comentar de tamaña y milenaria civilización, pero hay una en
especial que no me quiero callar y que me gustaría compartir: por fin he
decidido qué tipo de váter le falta a mi vida. Y es el váter japonés.
Pues el caso
es que por fin me he decidido. Ya lo encontré: quiero un váter japonés.
La primera vez
que te encaras a uno la verdad es que impone: la taza es enorme y tiene más
botones que la consola de una X-box, dispuestos a lo largo de un ciber
dispositivo que surge a modo de reposa brazos en el lado derecho (desconozco si
también hay modelos para zurdos); usualmente también aparece un mando a distancia a menos de una
brazada de la taza. Al tomar asiento te sorprendes por que el material es
acolchado y está caliente. Y piensas “qué buena idea”, porque si no estuviera calefactada y con el frío
que hace en Japón en invierno, al
levantarte lo más seguro es que la tapa se te hubiera pegado al culo …
Pero no acaban
aquí las posibilidades del notable artilugio extremo oriental: en el
interminable cuadro de instrucciones adjunto (es tan largo que ya no hace falta
llevarse lectura al baño…) se nos indica el destino y funcionamiento de cada
botón: el sistema cuenta también con otro brazo inferior invisible que tiene
tres posiciones y que se despliega bajo nuestras posaderas al acabar la
micción. Podemos jugar con el joystick dependiendo de hacia donde queremos
dirigir el chorrito; pero como además cada chorrito cuenta con cinco posiciones
variables de intensidad y otras cinco de temperatura, enseguida ya disponemos
de 75 posibilidades sin contar las de
los wc que incorporan aire caliente para un secado final, con sus correspondientes
variantes. O sea, un festival. Ni durante las tres semanas que permanecí en el
país tuve la oportunidad de comprobar todas las variaciones posibles, sobretodo
porque un día, jugando con los botones de intensidad del chorro, me despisté y
acabé por practicarme una limpieza de colón bastante desagradable; desde
entonces me ceñí a lo clásico: modo automático.
Hay que
comprender que Japón es ultra limpio y que encuentras lavabos hasta en los
puestos de castañas. Un día me entretuve calculando y en seguida resolví que el
país asiático debía de albergar más de 300 millones de esos aparatejos, todos
termoalimentándose las 24 horas del día. Por muy electrónico que sea el
sistema, el gasto energético para el país debe de ser considerable. Yo creo que
una de las muchas centrales nucleares con la que cuenta el país debe de estar
dedicada sólo a calentar las posaderas de los que viven allá. Seguramente
alguien se debe de haber dado cuenta y se está intentando equilibrar tanto
derroche con varias iniciativas, como por ejemplo minimizando el grosor del
papel higiénico, aunque personalmente creo que la medida es contraproducente
puesto que, como el papel es tan fino, acabas por utilizar medio rollo cada
vez, sobretodo en los modelos en los que aún no está instalado el secador
inferior.
No sé porqué
seguimos creyendo en la evolución; como botón de muestra de mi más enérgica
oposición a tal idea aquí os dejo una foto de cómo era el sistema hace dos o
tres generaciones.
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